No murieron, llegaron a la cumbre. Ascenso al Iztaccíhuatl. Segunda parte
Por: Rodrigo Bernardo Gordillo Yáñez
Instagram: @rodoberna
Así que iniciamos nuestro asenso a la cumbre del volcán Iztaccíhuatl. 12:30 a. m. comenzábamos a caminar. Hacía mucho frío, pero con el paso del tiempo, iba cediendo. Los primeros cuatro Portillos fueron relativamente sencillos, nada de qué preocuparse o que mermara la condición física. Toda esta parte del trayecto fue a oscuras: sólo se podía apreciar lo que la pequeña lámpara que pendía del casco permitía ver, únicamente el siguiente paso.
Al llegar al “Refugio de los 100”, nos percatamos de que había una gran pendiente delante, no porque se pudiera observar a simple vista -cosa que es imposible por la obscuridad-, sino por las luces de los cascos de los otros montañistas que se encontraban subiendo.
Parecían estar de forma vertical de tan inclinada que era la subida.
Aquí comenzó el verdadero reto. Emprendimos la subida por la parte conocida como “Las Rodillas”. Lo primero que llamó mi atención fue que parecía que nos encontrábamos sobre arena, por lo que el ascenso se complicó.
15 minutos después de caminar y encontrarnos en este arenoso camino, comencé a sentir los primeros estragos de la altura: sueño, dolor de cabeza y fatiga, siendo ésta última cada vez más aguda. A la hora del ascenso por este interminable camino, sentí que ya no podía más.
Era la primera vez en mi vida que tenía este sentimiento llevando a cabo una actividad física, me encontraba sumamente agotado y desesperado.
Fue en ese momento que una persona de aproximadamente 65 años pasó a mi lado como si estuviera caminando en un parque, me preguntó si me encontraba bien y yo respondí que sí. Vi cómo el hombre me hizo la señal de “ok” y continuó. Nunca había sentido tanta adrenalina en mi vida, tenía que seguir adelante y así lo hice.